

¿Solo arroz y frijoles?
Hace ya algún tiempo, en una conversación con un allegado, discutía la necesidad e importancia de los distintos programas sociales que se tienen en El Salvador. Sin embargo, durante esa discusión el programa de alimentación escolar fue el que nos generó los puntos de vista más discordantes. Lo peculiar no fue que discutimos sobre muchas de las críticas que entre voces se manejan en las comunidades: «los suministros no llegan a tiempo, son las madres las que tienen que cocinar, no existen condiciones en las cocinas, entre otros». El detonante de la discordia y la gran sorpresa de mi allegado vino en forma de la siguiente pregunta: “¿y solo frijoles y arroz?
Sí, solo frijoles y arroz acompañados de una bebida fortificada (cerca de la mitad leche líquida y algunos cuantos huevos y hortalizas), todos los días, todo el año el escolar; fue mi respuesta. A lo cual en mi argumentación agregué que era probable que para muchas niñas y niños esa podía significar la única comida del día y que, aunque solo fuera eso, marcaba una diferencia significativa. Por otro lado, existen estudios, de otras latitudes, en los cuales se ha encontrado que programas como ese logran incidir sobre la asistencia y permanencia en las escuelas. Con lo cual solo conseguí más interrogantes con nota de admiración: “Sí, pero ¿ni un solo día les agregan alguna proteína o les varían el menú?
En su momento con cierta disconformidad pensé que las opiniones de mi allegado eran reflejo de su posición más privilegiada en la sociedad y por tanto no entendía, como yo le decía, la importancia de lo que es tener al menos algo básico que comer. Sin embargo, en toda discusión más allá de profundizar en las diferencias se deben de buscar puntos en común. Es así como tratando de rescatar los cuestionamientos de mi interlocutor, llegué a la conclusión de que él tenía razón y que yo había pecado de economicista “eficientista”, al plantear únicamente cubrir la necesidad mínima de alimentación.
Pues bien, los programas de alimentación escolar no son nada nuevos en el país, estos vieron su génesis dentro del Programa Escuela Saludable, implementado en 1995 en únicamente 124 centros escolares. Desde entonces la cobertura fue creciendo hasta el actual Programa de Alimentación y Salud Escolar (PASE) que, según el informe de liquidación presupuestaria de 2017, se ejecutó en 5,364 centros educativos a nivel nacional, con una inversión de US$12.4 millones; beneficiando a más de un millón de estudiantes de todos los niveles educativos.
No obstante, a pesar de los avances en la cobertura, con el presupuesto actual es seguro que contaremos una historia distinta el próximo año. Mientras en 2017 la asignación entre el PASE y el Sub Programa Vaso de Leche rondaba los USD27.9 millones, para el presente año la asignación es de USD22.0 millones. Si ya antes nos encontrábamos ante una visión de Estado para la sobrevivencia y no para el desarrollo, que buscaba otorgar únicamente servicios y bienestar mínimos, hoy podríamos estar enfrentando una situación mucho más precaria. Es una pena que no pueda regresar con mi allegado y contarle que ya existe una mejora generalizada en la alimentación escolar, con alimentos más ricos, variados y que garanticen más calorías. En lugar de eso, tendré que decirle que aparentemente, según el presupuesto público, la niñez y adolescencia de nuestro país cada vez es menos prioritaria.
En el contexto económico actual y ante el insuficiente bienestar social, bien haríamos en comprender que las niñas, niños y adolescentes constituyen las semillas del cambio, de ese “mejor futuro” que ambicionamos. Su alimentación, desde antes que nazcan, es uno de los pilares esenciales para el desarrollo. De hecho, Pasi Sahlberg en su libro “El cambio educativo en Finlandia ¿Qué puede aprender el mundo?”, nos señala que si bien Finlandia tardó más de 60 años en construir el mejor sistema educativo en el mundo, no inició dando computadoras a sus alumnos sino más bien garantizando una alimentación saludable. El gobierno, los empresarios, los nuevos diputados y la sociedad en general, debemos comprender que el hambre de las niñas, niños y adolescentes salvadoreños constituye la desnutrición de nuestra democracia.
Esta columna fue publicada originalmente el viernes 18 de mayo de 2017 en el diario El Mundo de El Salvador