

Una sociedad “normal”
Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos, establece la Declaración Universal de Derechos Humanos. En nuestro país esa premisa se aplica dependiendo de quién eres, dónde vives y, sobre todo, cuánto tienes. Día a día somos testigos, o quizá cómplices, de cómo el Estado salvadoreño incumple sus obligaciones de garantizar que los derechos humanos se disfruten sin discriminación y, de respetarlos, protegerlos y realizarlos. Una realidad que se ha normalizado.
Que una niña, quien sueña con ser médico, tenga que abandonar su escuela sin terminar el sexto grado para quedarse en la casa a cuidar a sus hermanos, es algo normal. Que su hermano tenga que despedirse de sus compañeros de cuarto grado, porque tiene que ir a trabajar a la finca, para aportar a la casa, es algo normal. Que se le recorte el presupuesto al Ministerio de Educación es normal. Normal, que se le viole el derecho a la educación a 800,000 niños, niños y adolescentes en El Salvador.
Que los hospitales no tengan medicinas es normal. Que una cirugía que debiera realizarse cuanto antes se programe hasta meses después, es normal. Que la infraestructura hospitalaria sea precaria es normal. Normal que una persona muera porque no puede costearse un tratamiento médico. Que se le recorte el presupuesto al Ministerio de Salud es normal. Normal que se viole el derecho a la salud.
Que las mujeres ganen menos que los hombres es normal. Es normal que las mujeres vayan a la cárcel si tienen un aborto espontáneo. Que las mujeres sufran de acoso en su hogar, en la calle, en el trabajo es normal. Que los feminicidios sean cada vez más frecuentes es normal. Que entre 2007 y 2014 se hayan registrado al menos 8,338 nacimientos con niñas madres de 12 a 14 años es normal.
Que una familia que vive en el área rural tenga un ingreso mensual que no llega a los USD100 es normal y que un diputado con un desempeño mediocre, piense que gana muy poco, pues solo gana 13 veces el salario mínimo (unos USD4,000) también es normal. Que la mayor parte de la población en el país no tenga seguridad social es normal. Que las personas de la tercera edad tengan que trabajar para sobrevivir es normal.
Por eso parece normal que cientos de personas sean desalojadas de sus hogares en la comunidad El Espino. Para algunos es normal pensar que el país sigue siendo su finca. Que el Estado no cuente con los recursos suficientes ni la voluntad para asegurar el cumplimiento de los derechos humanos es normal.
Pero no, no es normal que pensemos que todo esto constituye una sociedad normal. El respeto, la protección y la realización de los derechos no puede depender de si tienes riqueza o no. El Estado no puede estar al servicio de pequeños grupos de poder, el Estado salvadoreño debe abandonar la cultura del privilegio y apostarle por la garantía del cumplimiento de los derechos humanos. Transitar de la barbarie a una sociedad desarrollada y democrática, pasa por ello. En este país la esperanza y el sueño de un futuro mejor se han tenido que ir aparcando para sobrevivir y eso no es normal. Un El Salvador distinto es posible, uno donde la normalidad sea que todas las personas seamos iguales en dignidad y derechos.
Esto implica que las políticas públicas pongan en el centro a las personas y por supuesto sus derechos. Que el Estado cuente con una política fiscal (ingresos, gastos, deuda, transparencia) capaz de asegurar el derecho a la educación, a la salud, a la vivienda, a la seguridad, a un empleo digno…el derecho a ser humano. Solo así podremos aspirar a ser libres y vivir en una democracia plena. Ojalá que esta campaña presidencial, que ya ha empezado, sea capaz de alejarse del normal burdo espectáculo del ridículo y se discutan las acciones concretas para que en este país se cumplan de una vez por todas los derechos de todas las personas.
Esta columna fue publicada originalmente el 24 de mayo en el diario El Mundo de El Salvador.