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Honduras cuatro años después

Hace cuatro años Juan Orlando Hernández se declaraba ganador de las elecciones hondureñas. Una reelección ilegal en el marco de un proceso fraudulento. Él controlaba la Sala de lo Constitucional, el Congreso y muchas instituciones más. Un autócrata en todo el sentido de la palabra. La sensación de desesperanza era palpable en la sociedad hondureña, porque parecía que nada ni nadie lo sacaría de la presidencia. Pero en política nada es lineal.


 

 
Lo que se vivió este domingo en Honduras fue una fiesta democrática, donde la sociedad siente que ganó, más allá de la persona que tuvo más votos. La ciudadanía, por medio de uno de los principales instrumentos de la democracia, le ganó políticamente a un autócrata. Y esta quizá sea una de las lecciones más importantes para Centroamérica ningún autócrata es eterno y la ciudadanía siempre tiene la última palabra.
 
Llegar ahí no fue fácil, incluso en un proceso electoral con mucha violencia y donde hubo abusos de recursos públicos tal como lo afirmó la misión de observación electoral de la Unión Europea. Pero donde cada actor, especialmente los partidos políticos, una parte del sector privado y la propia ciudadanía asumieron el rol que les tocaba.

Además de un voto en contra de Juan Orlando Hernández, la alianza de la presidenta electa con Salvador Nasralla fue clave para sumar otros sectores más cautelosos de un gobierno de Libre. Lo que refleja la importancia de que en política a veces para ganar hay que ceder. También fue clave que quien liderara el plan de gobierno y muchas conversaciones con actores importantes fuera Hugo Noé Pino, un político con las más altas credenciales profesionales, pero también de humanidad.

Ahora bien, una vez pasada la euforia y las luces de la fiesta se empiecen a apagar, la presidenta electa comprobará que en realidad ganar la elección fue la parte fácil, porque su gobierno tendrá que enfrentar la conjunción de varias crisis: económica, social, ambiental y política. Además tendrá que saber manejar las expectativas de un gobierno de “cambio” y deberá disipar cualquier temor de pasar de un autócrata de derecha a uno de izquierda.

Dentro de sus promesas de campaña están varios cambios radicales como una Comisión Internacional contra la Impunidad en Honduras CICIH con el apoyo de Naciones Unidas, convocatoria a una Asamblea Constituyente, nacionalización de algunos bienes públicos privatizados, rechazo a las Zede y a la minería a cielo abierto, así como el establecimiento de un Ingreso único para la población en condiciones de vulnerabilidad y pobreza.

Pero también es cierto que el gobierno tiene una enorme oportunidad para no hacer las cosas que criticó de la administración Hernández y actuar como un gobierno democrático. Solo eso rápidamente lo posicionará en la región y lo podría dejar como el principal interlocutor con Estados Unidos y el resto de la comunidad internacional, preocupada por Centroamérica.

Asimismo, es fundamental que la nueva administración priorice el lograr un pacto fiscal. Donde a través del diálogo democrático entre los diversos sectores de la sociedad puedan acordar el país en que desean vivir, cuánto cuesta y cómo se va a financiar. Pues, sin un cambio radical en la política fiscal por medio de más transparencia, más recursos captados de manera progresiva y una mejor calidad y efectividad del gasto y la inversión pública, será imposible cumplir las promesas electorales. Un acuerdo que además permita mostrarle a la sociedad que los problemas no se resolverán de la noche a la mañana, pero que si se puede ir avanzando en la dirección correcta.

Cuatro años después la sociedad hondureña parece despertar de una pesadilla y, por lo menos momentáneamente, sonríe. Eso es una buena noticia, no solo para ellos, sino para toda la región.

 

Ricardo Castaneda Ancheta // Economista sénior / @recasta

Esta columna fue publicada originalmente en El Mundo, disponible aquí.