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El país se construye desde la primera infancia

Hace algunos días me crucé con un estudio sobre el impacto de la inversión en educación para la primera infancia –etapa que se mide desde cero hasta seis años– como una medida con alto retorno para el desarrollo económico. En consonancia con la opinión de los autores, a la inversión en primera infancia muy pocas veces se le considera como una iniciativa para el desarrollo económico. Sin embargo, ellos encontraron que por cada dólar invertido en educación inicial la sociedad recibió cerca de $ 8 de retorno cuando estos niños y niñas alcanzaron la edad adulta. Un extraordinario negocio, si habláramos en jerga financiera.

Sin embargo, hasta acá me quedaré respecto del estudio, pero más que compartirles las cifras y resultados del mismo, lo que quiero es motivarles a hacer el ejercicio reflexivo sobre la realidad de nuestro país. Acá les dejo mis aportes para su consideración.

No solo en El Salvador, pero en la región una de las mayores preocupaciones de las personas continúa siendo la falta de empleo. Esto ha sido señalado en los discursos y accionar de los políticos, llevando incluso a los mandatarios a medir su éxito según el número de empleos que genera -así estos empleos hayan sido bajo salarios diferenciados, sin seguridad social y de manera temporal-. Incluso podemos ver como buena parte del gasto público se dedica a la tan aclamada atracción de inversión privada. Para lo cual la construcción de infraestructura logística y el otorgamiento de incentivos fiscales se encuentran en lo más alto de la lista de prioridades, dejando a la educación y sobre todo la educación inicial al final del listado. Lo cual da cuenta de lo cortoplacista de la mirada actual del desarrollo.

Según datos del Censo Escolar realizado por el Ministerio de Educación únicamente se registran 20 mil niños y niñas entre tres y cuatro años reciben algún tipo de educación inicial pública. Mientras que, según la encuesta de hogares de propósitos múltiples de 2017, el 35.8 % de niñas y niños en edad parvularia (cuatro a seis años) no asisten a la escuela. Lo que quiere decir que cuando estos niños llegan a la educación básica (primero a noveno grado), llevan un desfase de entre dos y tres años de educación.

Esto no permite potenciar sus capacidades y desarrollar competencias en función de su desarrollo pleno como sujetos de derechos. Si a esto le sumamos una posible situación de desnutrición y otras dificultades generadas por condiciones de pobreza, básicamente se está condenando su futuro. ¿Qué podemos exigirles a las nuevas generaciones, si estamos haciendo muy poco por ellas en la actualidad?

Es por eso que se hace necesario repensar las prioridades actuales de la política fiscal de nuestros países. Lo cual conlleva cambiar también la visión actual de desarrollo, como lo sugieren los autores del estudio que dio origen a esta discusión.

En lugar de medir el desarrollo de un país, por sus carreteras, por sus puentes, por sus edificios, por sus centros comerciales, comencemos a medirlo por la forma en que se desarrollan las capacidades de sus ciudadanos, desde el momento en que nacen. Los retornos en la inversión en el desarrollo temprano de la infancia son extraordinarios, no solo en términos financieros. Entre más estimulación temprana, mejores capacidades desarrollará la niñez, y mejor será su aporte a la sociedad y mejor su aporte al desarrollo del país.

Esta columna fue publicada el jeuves 6 de septiembre de 2018 en el diario El Mundo de El Salvador