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La temeraria puesta en escena

En El Salvador la división entre el espectáculo y la política es una línea casi invisible. Nuestra oferta cultural es muy pobre y, quizá por eso, la política sea la que tenga que servir de entretenimiento.


Uno muy burdo, por cierto. En las puestas en escena de las últimas décadas hemos sido testigos de cómo personajes que se presentaban como paladines de la transparencia, en la vida real eran corruptos solapados. Intérpretes que encarnaban a figuras dedicadas a servir a los más pobres, eran en realidad simples sirvientes de los dueños de la finca. También actores en el papel de superhéroe que combaten a los delincuentes, mientras en la práctica financiaban a grupos criminales.

Pero como suele suceder, siempre hay uno que intenta superar al resto. Se puso el disfraz de demócrata y progresista, de paladín de la transparencia, de defensor del pueblo y se convirtió en el presidente más cool del mundo mundial. Era la sensación en cualquier lugar que se presentaba. La crítica no podía con él, había logrado con sus actuaciones magistrales transformar la realidad y la ética. En su posverdad se llegaba a afirmar que existía nepotismo bueno y que los actos de opacidad eran necesarios para luchar contra la corrupción.

Pero como cosas de la vida, el día que entregaban los Oscar a las mejores actuaciones, él decidió quitarse la máscara del personaje que había representado hasta ahora y encarnó uno nuevo — aunque tampoco puede descartarse que ahora ya no esté representando un nuevo personaje sino haya decidido mostrarse tal cual es—. El nuevo personaje es un aprendiz de golpista, que acompañado por un séquito de funcionarios marionetas montó una tarima para ser ovacionado, se rodeó de armas, coqueteó con romper el orden constitucional, utilizó el nombre de Dios en vano, se paró en la silla desde la que se sintió casi como un monarca y se fue. Luego su personaje le pidió calma a su personaje, asegurando que él era quien había salvado al “pueblo” de él mismo.

Sinceramente, no sé de arte, aunque seguramente estos episodios hubieran estado más cerca de estar nominados para un Golden Raspberry Awards que para un Oscar. Pero el problema es que no estamos hablando de ciencia ficción sino de la gravedad de los sucesos del pasado fin de semana. El presidente Bukele dijo que quería pasar a la historia y lo logró. Las fotos de él sentado en la silla del Presidente de la Asamblea Legislativa rodeado de militares y policías, será una de las imágenes más tristes de nuestra incipiente democracia. El Salvador es noticia a nivel internacional y esta vez por las inauditas acciones de quien era considerado un ejemplo a seguir.

Según el Presidente todo esto es porque los diputados no le han aprobado un préstamo de USD 109 millones para la tercera fase del Plan Control Territorial —que por cierto hasta el momento sigue sin hacerse público— y qué por lo tanto no se cuentan con recursos para combatir la delincuencia. Lo cual es falso. El Ministerio de la Defensa y el Ministerio de Justicia y Seguridad Pública, instituciones que jugaron un lamentable rol en estos sucesos, tienen para 2020, un incremento en su presupuesto público, pues pasarían en conjunto de un 2.4% del PIB (USD648.5 millones) en 2019 a un 3.0% (USD775.1 millones) en 2020. Es decir, que el país, destina más en estas instituciones que en el Ministerio de Salud, por ejemplo. Adicionalmente, lo que está en la Asamblea es apenas el primer paso para negociar ese préstamo, por lo que antes que el Ejecutivo tengas esos recursos deberán pasar varios meses.  Y si tanto urgen esos recursos, seguramente sus asesores y Ministros le dijeron que existen una gama de opciones de donde los pueda obtener. Además, debería mirar su propio Plan Cuscatlán y lo que se comprometió a hacer en el tema del financiamiento.

Aunque el Presidente saque todo el arsenal mediático para intentar cambiar la narrativa, no cambiará lo que pasó. Pero la vida y la historia son generosas, por lo que importante será su actuar luego de estos tristes episodios. El primero paso será acatar lo resuelto por la Sala de lo Constitucional, eso implica no volver siquiera a coquetear con repetir esos sucesos. Luego, reflexionar, disculparse y corregir el rumbo de su administración. Y finalmente, si va encarnar un personaje que sea el de estadista, que ya la población salvadoreña tiene suficientes problemas, como para seguirle creando más.  

 

Ricardo Castaneda Ancheta // Economista sénior / @recasta

Esta columna fue publicada originalmente en El Mundo, disponible aquí.