

Nuestro silencio
«Cuando el presidente hondureño violó la Constitución para reelegirse y se mantuvo en el poder de manera ilegal e ilegítima, incluso bajo la sombra del fraude, saqueando el Estado, guardé silencio, porque yo no era hondureño. Mientras el presidente nicaragüense ha sido cómplice de las fuerzas del Estado para reprimir, matar, torturar y desaparecer, especialmente a los jóvenes, yo he guardado silencio porque yo no soy nicaragüense. Ahora que el presidente de Guatemala ha decidido caracterizar el personaje de un aprendiz de dictador, tomando acciones para romper el orden constitucional para protegerse a él y su camarilla de corruptos, no he pronunciado palabra alguna, porque yo no soy guatemalteco. Cuando finalmente fue en El Salvador donde sucedió esto, no había Sala de lo Constitucional para evitarlo y tampoco había nadie más que pudiera protestar por nuestro país». Esto, bien podría ser una versión centroamericana parafraseada del poema de Martin Niemöller.
En Centroamérica la democracia se nos desliza entre las manos. O quizá nunca fue nuestra del todo. Nos intentaron vender que con votar era suficiente para cambiar la realidad que nos dejaron las dictaduras y las guerras. Ingenuo era pensar que una democracia plena podía ser sostenida por Estados débiles cooptados por pequeños grupos de poder. Pero, tampoco se puede sostener la democracia y fortalecer la institucionalidad en países con altos niveles de pobreza y desigualdad. Era cuestión de tiempo que la realidad se impusiera y nos mostrara que la actual vida democrática en Centroamérica iba a entrar en crisis.
Al final de cuenta, lo que está pasando en la región es el resultado del diseño de los Estados: muy débiles para proteger los derechos de la mayoría, pero muy fuertes para defender los privilegios de unos pocos. Lo que sucede en Centroamérica no sería posible sin el contubernio de élites económicas rancias incapaces de ser competitivas a menos que el Estado esté a sus pies, que aunque se venden como empresarios realmente son rentistas, convertidos en mercaderes de la corrupción.
Tampoco la situación actual se explicaría sin la complicidad de la clase política que se disfraza, cada campaña electoral, con un traje en el que intenta hacer creer que representa los intereses de la sociedad, pero que cuando llega al poder se desenmascara y exhibe sin pudor que solo se representa a sí misma y a sus financistas.
No podemos negar que actualmente la región está polarizada. Sí, por un lado, un puñado de personas sin escrúpulos capaces de hacer lo que sea con tal de mantenerse en el poder, asegurar su impunidad y saquear al Estado. En el otro lado, estamos el resto. La mayoría. ¿Por qué es que la mayoría no sale a luchar por la democracia? Porque la mayoría está más preocupada por saber qué va a comer. Porque aunque tiene trabajo, tiene que conseguir dinero para llevar a su hijo al hospital. Porque tuvo que abandonar su casa para que no lo fueran a matar. Porque antes que luchar por la democracia tienen que sobrevivir. Y porque quienes tenemos el privilegio de tener asegurada nuestra alimentación, salud y seguridad, dejamos de ser empáticos con nuestros semejantes y nos refugiamos en el individualismo, creyendo que aunque la casa del vecino se incendie, a la nuestra no le va a pasar nada.
No tengo duda que los aprendices de dictadores no serán más que un mal recuerdo en la historia de Centroamérica. Y que la región florecerá. Pero no podemos cosechar algo que no hayamos sembrado. Y como decía O´donnell, para que un Estado sea democrático, los gobernantes deben ser escogidos mediante elecciones limpias, nadie debe estar por encima de la ley, se tienen que reconocer y cumplir los derechos de toda la ciudadanía y, el Estado debe contar con la capacidad para lograr sus fines, lo que implica tener los recursos suficientes para garantizar el financiamiento de la democracia. Y sobre todo, ¡no podemos seguir guardando silencio!
Esta columna fue publicada el jueves 20 de septiembre de 2018 en el diario El Mundo de El Salvador