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Más allá del voto

Cuando haya medidas, que las habrá y muchas, en las que se esté en contra del gobierno, ya no habrá partidos con la capacidad para ser oposición, por lo que la propia ciudadanía es la que tendrá que asumir ese rol.


Deberá de haber algún reconocimiento para que, en medio de una pandemia, una crisis económica, un desplome en los indicadores sociales y un deterioro ambiental, estos temas no sean relevantes en el debate electoral. La mayor parte de partidos políticos ni siquiera se tomó la tarea de presentar una plataforma legislativa y quienes la hicieron, prácticamente la han pasado desapercibida. 

Si se hubiera dado algún debate entre miembros que representan al oficialismo y quienes representan la oposición, seguramente el resumen sería el siguiente:

  • Moderador(a): ¿Cuáles son las medidas que impulsará desde la Asamblea Legislativa para resolver la grave crisis de las finanzas públicas?
  • Candidato(a) del oficialismo: Apoyar lo que diga el presidente
  • Candidato(a) de la oposición: Oponerme a lo que diga el presidente

El pequeño detalle es que nadie sabe, al menos públicamente, las medidas que desde el gobierno se van a tomar para solucionar los problemas del país. Y por eso es que el ganador indiscutible de esta elección es el Ejecutivo, porque logró que el debate no fuera sobre los problemas del país sino sobre el presidente, donde sabían que ganarían por goleada. Porque este gobierno si algo ha priorizado es la imagen presidencial. Habrá que comprobarlo, pero estoy casi seguro que si midiéramos el número per cápita de camarógrafos en el gobierno o el número de spots gubernamentales en medios de comunicación, El Salvador lideraría el ranking a escala mundial. Ahora bien, esa imagen ya tiene fisuras, pues en el ámbito internacional el deterioro es muy evidente y pasó de ser la sensación a la preocupación en tan solo un par de meses. 

Con base en las encuestas, pareciera que para la sociedad salvadoreña más importante que su partido político gane es ver a los otros perder. Por cierto, partidos que llegaron a esta contienda arrastrando un deterioro gigantesco, con muy poca autocrítica y donde, por si fuera poco, algunos de sus jugadores se han encargado de meterse autogoles. Quizá uno de los efectos, es que los resultados del 28 de febrero sean la antesala de la vela de los partidos políticos tradicionales.  

Más allá de esto, la sociedad salvadoreña pareciera estar decidida a dar un salto al vacío el 28 de febrero. No porque antes el país tuviera una agenda de desarrollo y democracia, sino porque está dispuesta a darle todo el poder a una persona y su grupo más cercano, sin siquiera cuestionarlo y exigirle algo. 

Este escenario será un parteaguas en el país, porque el gobierno ya no podrá seguir sin adoptar medidas frente a los problemas y por lo tanto tendrá que mostrar con hechos para quien gobierna. Por ejemplo, en el ámbito fiscal, deberá decidir si la factura de la crisis la seguirá pagando la población más pobre o no. Es decir, aunque rehúya a través del mercadeo político, tendrá que gobernar.

Y esto significará que cuando haya medidas, que las habrá y muchas, en las que se esté en contra del gobierno, ya no habrá partidos con la capacidad para ser oposición, por lo que la propia ciudadanía es la que tendrá que asumir ese rol. Y es ahí donde también se confirmará, o no, el talante autoritario de este gobierno, pues si algo ha exhibido hasta ahora es su alergia al diálogo democrático y sobre todo a la crítica. 

Por lo que es muy importante tener en cuenta que la política no solo la hacen los partidos y no es algo que se resume únicamente a unas elecciones. Si no veamos el ejemplo de cuando se aprobó la ley que prohibió la minería. Y aunque no es algo que se pueda cuantificar, creo que en el país, desde lo colectivo hasta lo individual, hay un empoderamiento capaz de seguir poniendo en el debate los problemas del país, exigir respuestas para solucionarlo y luchar para lograrlo. 

Y aunque las elecciones, se hayan colocado en el plano bukelismo versus antibukelismo, la sociedad y la política es más compleja que ello. Y más allá del voto, será la ciudadanía con sus acciones u omisiones la que tendrá la última palabra en la definición del tipo de sociedad en la que quiere vivir.

 

Ricardo Castaneda Ancheta // Economista sénior / @recasta

Esta columna fue publicada originalmente en Gato Encerrado, disponible aquí.