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Rocío Figueroa: el camino a la educación también se hace entre cafetales, potreros y sembradíos

     

En El Salvador, el 82% de la población rural salvadoreña sabe leer y escribir. No obstante, el promedio de escolaridad en el área rural es de 4.9 años, en contraste con sector urbano, cuyo promedio es 7.8 años. Ante esta realidad es que existan maestras como Rocío Figueroa, comprometidas en llegar hasta los rincones más alejados para educar a la niñez rural, lo que es digno de reconocer.

El recorrido diario de Rocío Figueroa hacia su lugar de trabajo inicia a las cuatro de la mañana. Sale de su casa en el cantón El Arenal, municipio de Nahuizalco, hacia la cabecera de Sonsonate. Después toma otro bus hacia el departamento de Ahuachapán, y se baja en un desvío donde solicita ride a los pickups que van en dirección al municipio de Jujutla. Luego camina dos kilómetros y medio para llegar al Centro Escolar del caserío La Loma, en el Cantón Los Amates. Llega a las seis y media de la mañana. Cuando regresa a su casa ya son más de las siete de la noche, ha hecho en total unas cinco horas de viaje, y ha caminado alrededor de seis kilómetros y medio.

Empezó a trabajar hace 15 años en la escuela del cantón Los Amates, bajo la figura de contrataciones anuales que se estipulaban dentro del programa Educo —sistema educativo auto gestionado por la comunidad―. Cuenta que no fue la primera maestra elegida. Pero la persona seleccionada renunció el primer día de trabajo porque se dio cuenta de la lejanía, y además de notar que el camino era peligroso.

Rocío decidió que no iba a importarle el camino, pues tenía la motivación de trabajar. Y fue así que comenzó su labor como maestra. La comunidad carece de transporte público debido a que no existen caminos de asfalto. Por eso mismo, los vecinos caminan por barrancos y veredas. La gente que trabaja en la comunidad lo hace en los cafetales. Otros suelen salir a trabajar a las ciudades. El desarrollo ahí, opina la maestra, se ha quedado estancado.

Cuando cumplió siete años de servicio, Rocío fue designada directora. Pero esta distinción no significó para ella dejar de dar clases, dado que en su escuela existen solo siete secciones, y en El Salvador los directores pueden dejar la responsabilidad de dar clases solo si en la escuela existen doce secciones o más. Además, por la misma razón no recibe pago por ser directora, aunque le implique muchísimo trabajo adicional, pues se encarga de todo lo administrativo. Ella cuenta que asumió el reto de hacer gestión de fondos de cooperación para mejorar el mobiliario, y otros insumos que ayuden a los alumnos a tener mejores condiciones para el aprendizaje.

Ella tiene la responsabilidad de dar informes de asistencia de los alumnos a los supervisores del programa «Red Solidaria» ―programa de transferencias condicionadas—, y también hace informes de los gastos de la escuela, lo cuales son una labor exhaustiva para poder «entregar cuentas hasta del último centavito que nos trasladan». Adicionalmente, organiza campeonatos deportivos en el que compiten estudiantes de las distintas secciones, niños y niña, en disciplinas como fútbol, vóleibol y balonmano. Y también se organizan actividades dirigidas a los padres de familia.

Gracias a que en el período de gobierno anterior se suprimió el programa Educo, Roció cumplió una de sus expectativas; dejó de tener contratos temporales y obtuvo su plaza en el Ministerio de Educación. Este cambio significó un aliciente para la maestra y directora del centro escolar del caserío La Loma, tras todas las adversidades por las que ha atravesado. En todos estos años de trabajo en la escuela, Rocío ha caminado entre cafetales, potreros y sembradíos de milpa. Ella recuerda que una vez se cayó por un resbalón en el lodo, estando embarazada; y en otra ocasión tuvo que solicitar ayuda de los vecinos, dado que sus pies se hundieron en el lodo de tal forma que no pudo dar ningún paso.

Cuando sus amistades y parientes conocen todos los percances sufridos, le preguntan por qué hace tanto sacrificio. Ella les responde que a pesar de las adversidades «me motiva ver que luego de quince años de servicio hay estudiantes que se han logrado superar». Además, ella le resta importancia a sus propios sacrificios porque asegura: «mis alumnos pasan ríos y caminos peores que yo, es un sacrificio enorme… aunque lleguen mojados, no faltan», comenta. Sumado a todo esto indica que le encanta su carrera, y le da mucha emoción estar dando clases a hijos de sus antiguos alumnos.

Para Rocío Figueroa es un orgullo ser una servidora pública dedicada a la educación de la población rural. Asegura que «entre la gente humilde de los cantones hay niños que son excelentes en sus estudios». No obstante, considera que es necesario crear más espacio públicos para la educación, y esperaría que en el cantón Los Amates exista una mejora del transporte público y de los caminos comunales, dado que «a veces hay que pasar por encima de derrumbes en las carreteras, mientras que las carreteras hacia los puertos sí funcionan bien». 

Por ser una maestra que con sacrificio acerca las oportunidades de educación a las poblaciones más alejadas, reconocemos a Rocío Figueroa como una de nuestros #ServidoresConValor 

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