¿Y si no puedo pagarlo?
Un dolor nada normal, una consulta médica, exámenes de laboratorio, ultrasonido. No, no salieron bien, hay unas pelotitas; hay que descartar escenarios y hacer más estudios, por la historia clínica familiar, eso también incluye una biopsia. La pesadilla del cáncer se puede repetir. Espera, incertidumbre, angustia. Afortunadamente se descarta lo peor, no hay cáncer, habrá que hacer unos estudios más y definir tratamiento.
Una caída absurda, sin gracia; una visita a emergencias, un esguince y un pie enyesado. Tres semanas y el pie sigue como el primer día. Algo no está bien. Más placas, una resonancia, se formó un quiste y puede haber ligamentos dañados, hay que operar; tres semanas más en reposo; habrá que recibir fisioterapia.
No soy fan de diciembre y el que recién terminó me lo confirmó. Visité doctores y laboratorios, la antítesis del espíritu festivo de la época. Dos personas indispensables en mi vida tuvieron problemas de salud, por decirlo de alguna forma y minimizar la preocupación y angustia que implicaron. Sin embargo, diciembre me reconfirmó la urgente e impostergable necesidad de contar con un sistema de salud público con cobertura universal, de calidad y de acceso gratuito. Y paso a explicar por qué.
El tratamiento y la intervención quirúrgica del esguince se cubrieron con una póliza de seguro privado. La atención recibida fue acorde a lo que costó.Eso sí: hubo que cumplir con toda la tramitología para gestionar las pre-autorizaciones, molestarse porque el seguro privado no cubre todo. En medio de la frustración por la lentitud y tardanza, no dejaba de preguntarme ¿dónde está la tal eficiencia que hace mejor al sector privado frente al público? Luego, al ingreso al hospital, tuve que firmar una especie de contrato en el que básicamente se establecía que absolutamente nada era gratis y que debería pagar hasta la última curita que se utilizó. Claro, el paciente tiene los derechos que pueda pagar. En ese momento di gracias a Dios porque solo era un esguince y no una enfermedad grave.
La sospecha de cáncer fue diferente, claro, podía ser algo peor. Acá no había seguro privado, tampoco seguridad social –como es la realidad para la mayoría de familias salvadoreñas–. Hubo que pagar cada consulta, cada examen. Qué caro es enfermarse. En medio de la angustia no pude evitar pensar que si la pesadilla era real ¿qué iba a pasar si los ahorros familiares no alcanzaban para pagar el tratamiento? Me dije que eso era lo de menos, pero no, en nuestro país, cada quien recibe la atención que se puede costear. Bueno, pero está el sistema de salud público, sí, ese que debería garantizar el derecho a la salud de cualquier persona, pero que en la actualidad es lo opuesto: un sistema de salud abandonado, con un presupuesto insuficiente, que desde 2013 ha sido víctima predilecta del enfoque de austeridad y se vio reducido, tanto que para 2018 representará apenas el 2.1 % del PIB, porque claro, las variables macroeconómicas tienen más derecho a la estabilidad que las personas a la salud.
Todas las personas tenemos derecho a la salud y el Estado tiene la obligación de garantizarlo, lo establece la Constitución en el Artículo 1. La enfermedad de un ser amado o la propia no debería significar una carga financiera para las familias; la salud de las personas no debería tener precio.
En este año que recién inicia, uno de nuestros propósitos como sociedad debería ser avanzar hacia un sistema público de salud universal y de calidad que cuente con los recursos suficientes para que cualquier persona pueda gozar su derecho a la salud, aún y cuando no pueda pagarlo. Para ello debemos exigir a los y las diputadas que el presupuesto 2018 sirva para garantizar derechos humanos, como la salud. Y, como estamos en año electoral, no podemos desaprovechar la oportunidad para cuestionar a toda persona aspirante a un cargo público sobre sus propuestas concretas, incluyendo aspectos de financiamiento, para garantizar el acceso universal y gratuito a la salud.
Esta columna fue publicada originalmente el 4 de enero de 2018 en el diario El Mundo de El Salvador