

Ni hablar de austeridad
Aún puede ser muy temprano para que aparezca la palabra austeridad dentro de la discusión nacional. Sin embargo, dada la fragilidad de las finanzas públicas, no será de extrañarnos que algunos traigan este término a colación. Pero antes de que esto suceda, debemos de conocer y comprender cuáles son las raíces que originaron la austeridad; y también las razones por las que esta es una idea de la que no debemos ni hablar.
Con la aprobación del Presupuesto Nacional, la noción de austeridad ya comienza a manifestarse. Dado que para el presente año se utilizará casi el mismo presupuesto del año anterior, lo que podríamos considerar como un congelamiento en los gastos. Pero además la idea podrá tomar fuerza cuando reaparezcan las necesidades de recursos que no fueron considerados en el Presupuesto. Estos suman mil millones de dólares entre pago de endeudamiento de corto plazo y devolución de impuestos. En otros tiempos, recurrir a fuentes de financiamiento podría haber trasladado el problema al futuro. Sin embargo, el nivel de endeudamiento actual (57% del PIB) deja poco margen de maniobra para recurrir a éste, sin tentar la posibilidad de una crisis por endeudamiento.
Al hacer una revisión en la literatura relacionada con la austeridad, podemos encontrar un enfoque que se fundamenta en la premisa que un Estado altamente endeudado y con fragilidad en sus finanzas, deberá realizar recortes en sus gastos, esto para dedicar más al pago de su endeudamiento; lo cual retornará la confianza en los inversionistas y promoverá el crecimiento. En principio suena parcialmente lógico el planteamiento; sin embargo, su trasfondo es perverso.
Imagine que usted solo gasta en lo necesario, y aún así se encontrará en la necesidad de recortar sus gastos para abonar a sus préstamos con la intención de mejorar su récord crediticio. En principio, debe de enfrentarse a un primer problema en la práctica de la austeridad: ¿Qué recortar? ¿Será que va a dejar de gastar en la educación de sus hijos, en sus gastos médicos o en las reparaciones necesarias de su casa? Como podrá ver esta decisión no es nada fácil. Sin embargo, algunos Estados ya han jugado con esta idea y es justamente los rubros como educación, salud y mantenimiento de la infraestructura los primeros en ver los recortes.
Lo que es más perverso, es que quienes sufren el mayor golpe de los recortes son siempre los más pobres, dado que son estos quienes más dependen de los servicios que ofrece el Estado. De otra manera no podrían acceder a salud y educación, lo cual socavaría aún más sus posibilidades de mejorar sus condiciones de vida. La clase media si bien no depende en gran medida de los servicios básicos, sí depende del sistema de seguridad y justicia, de la infraestructura, de la educación superior, entre otros, por tanto, también pagan el precio de las políticas de austeridad, haciendo que los únicos sin ser afectados sean aquellos en lo más alto de la distribución del ingreso, a quienes la necesidad de un Estado les parece tangencial.
Estos son solo algunos de los puntos por los cuales la austeridad no es la mejor de las ideas, en la búsqueda de la sanidad de las finanzas públicas; y menos para fomentar el crecimiento. Más bien, debe de buscarse soluciones integrales, sobre todo bajo el principio de equidad, donde todos podamos aportar acorde a nuestras capacidades. Esta debe de realizarse con transparencia, priorización y ordenamiento del gasto. Además debe acompañarse con una persecución a la evasión tributaria. Si en algo debe existir recortes es en la corrupción y los privilegios fiscales.
Esta columna fue publicada el 14 de enero de 2016 en diario El Mundo de El Salvador