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La migración y la transformación social

Los desafíos asociados son mucho más importantes y complejos cuando el proceso migratorio es irregular.

En varias oportunidades he tenido la oportunidad de tomar la decisión de dejar Guatemala para residir en otro país por razones académicas, tomando el estatus de residente extranjero. A pesar de los costos involucrados, los superan con creces los beneficios, pues, en particular, los principales costos son cuestiones de carácter personal: alejarme de mi familia, de mis amigos y de mi estilo de vida. Sin embargo, al llegar a otro país, el contacto con personas de diferente cultura, con experiencias diferentes a la mía, han tenido un efecto enriquecedor y siempre he tratado de transmitir mi cultura a las amistades extranjeras que he ido conociendo.

Me parece que el intercambio cultural generado por estos desplazamientos de personas entre países tiene como consecuencia transformaciones sociales que generan cambios en la calidad, y estándares de vida de los países, tanto de origen como de destino. Si bien esta afirmación puede discutirse por basarse en una experiencia personal, lo cierto es que estudios como el de Castles (2010) dan cuenta de los aspectos de cambio social vinculados a la migración. Este autor señala que los procesos migratorios internacionales evidencian las desigualdades entre países, pero, también, que producen cambios económicos, culturales y políticos en los países de destino y de origen.

Lo anterior es un reto importante en materia de política migratoria para, tanto para los países expulsores como a los receptores de migrantes. En particular, la dinámica que genera la llegada de personas con un bagaje cultural, étnico e histórico diferente a un país que los recibe está asociada al contexto particular enfrentado por el receptor, pero también al del expulsor. De ahí que la respuesta de los ciudadanos del país receptor es variada y responde a su propio contexto, por lo que el fenómeno se hace más complejo, dadas las características múltiples involucradas, sobre todo, en una estructura global interconectada y dinámica.

Los desafíos asociados son mucho más importantes y complejos cuando el proceso migratorio es irregular. Por supuesto, la llegada de migrantes indocumentados genera presión sobre varios aspectos de la sociedad, no solamente en el plano laboral y económico, sino también en los aspectos ya mencionados. Por ello, muchas veces la respuesta de la sociedad a la llegada de migrantes indocumentados se asocia a actos de xenofobia y violencia que, lejos de resolver el problema, agrava las consecuencias para la sociedad en conjunto. De ahí que las autoridades del país de destino deben trabajar conjuntamente con las del expulsor de migrantes, para crear políticas que permitan ordenar el flujo de migrantes y asegurar que los derechos de sus ciudadanos se respeten dentro de los marcos normativos.

Resalta la importancia del debate público, principalmente para El Salvador, Guatemala y Honduras, cuya proporción de ciudadanos que migran hacia los Estados Unidos de América es mayor que para el resto de los países de la región. Es innegable la falta de acompañamiento que han tenido los migrantes centroamericanos en los Estados Unidos, como consecuencia de la falta de compromiso de los gobiernos para asegurar sus derechos, pese a que, una vez establecidos en ese país, con las remesas que envían a sus familias se han convertido en los generadores de divisas para Centroamérica, por encima de las exportaciones y de la inversión extranjera.

Resulta imperativo que los gobiernos, principalmente de los tres países mencionados, establezcan políticas que permitan ordenar los flujos migratorios hacia el país norteamericano. Para ello, además de atacar las causas estructurales que provocan la migración forzada e irregular, y que han sido ampliamente documentadas, se coordinen esfuerzos con México y Estados Unidos para asegurar condiciones mínimas de seguridad en su tránsito y llegada. Lo anterior, en tanto no se generen políticas que permitan mejorar el bienestar de la población en los países de la región y se reduzcan los flujos migratorios irregulares.

 

Carlos Alvarado Mendoza // Economista sénior 

Esta columna fue publicada originalmente en El Economista, disponible aquí.