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¿Es posible un acuerdo fiscal?

El 27 de junio pasado, la Mesa de Cooperantes que apoya la Política Fiscal de El Salvador, conformada por la Unión Europea, la AECID, el Departamento del Tesoro de los Estados Unidos de América, USAID, el Banco Mundial, la GIZ y el BID, propiciaron un espacio donde especialistas que pensamos completamente diferente discutimos de manera respetuosa, evidenciamos nuestras diferencias y fuimos capaces de alcanzar puntos de encuentro sobre la crítica situación de las finanzas públicas, así como algunas medidas para superarla.

Por ejemplo, se identificaron desafíos y obstáculos para un mayor crecimiento económico, en el cual la inversión pública juega un papel primordial, por lo que es fundamental contar con una estrategia de crecimiento basada en una visión de desarrollo de país de corto, mediano y largo plazo. En ese sentido, también se reconoció que la política fiscal debe ser congruente con las necesidades del país y el modelo de Estado que se quiere. Se planteó que los actuales niveles de gasto son insuficientes para aspirar al desarrollo, pero es urgente eliminar los gastos innecesarios y superfluos, evaluar la efectividad y eficiencia de las políticas públicas, así como revisar los sistemas de recursos humanos y de compras. Además, se señaló que cualquier medida que se adopte para incrementar los ingresos debe de pasar por un acuerdo fiscal integral que esté en consonancia con la visión de desarrollo; se reconoció que si se incrementa el IVA éste es más sencillo de recaudar, pero generaría impactos directos en la pobreza y la desigualdad a diferencia de otros impuestos directos como al patrimonio.

Al finalizar ese evento me quedé con la sensación de que un acuerdo fiscal en El Salvador era posible, personas con visiones diferentes eran capaces de encontrar acuerdos para tener un mejor país. Empero, el 12 de julio, esta misma mesa de cooperantes convocó a un seminario político donde la idea era dar a conocer las conclusiones del taller técnico, y otras experiencias a nivel internacional, a los tomadores de decisión. La sorpresa fue que ese día no asistió ningún diputado o diputada. Un desplante al esfuerzo que está haciendo la cooperación para propiciar un diálogo constructivo en el país, un desaire a las propuestas realizadas por académicos nacionales e internacionales y un mensaje rotundo de que la forma de hacer política sigue siendo en la que ellos se reúnen a puertas cerradas y donde los únicos que pueden discutir los temas fiscales son cúpulas con aires de realeza.

La excusa fue que ese día había plenaria, lo cierto es que ésta inició hasta las 2:00 de la tarde, mientras que el evento terminó antes del mediodía. Bueno, seguramente se tomaron esas horas para preparar sus intervenciones en la plenaria. Esas intervenciones cargadas de odio, viscerales, con discursos propios de la guerra fría y que llenan de vergüenza al pensar que de ellos depende superar la actual crisis fiscal. Porque su burbuja de poder les ciega. No les importa que haya gente que pueda estar muriendo en un hospital al no haber ni para comprar catéteres que sirvan para realizar diálisis; porque eso no importa, siempre y cuando ellos tengan un seguro privado, pagado con impuestos, que utilizan para hacerse cirugías plásticas para congelarse la sonrisa a costa del dolor de los más desfavorecidos. A la clase política salvadoreña le han quedado grandes los problemas que tiene el país.

Lo cierto es que los actuales diputados y diputadas no llegaron a la Asamblea por arte de magia. Llegaron porque los votamos, actúan así porque como sociedad todavía seguimos sin comprender de qué va la democracia. Pero hay una ventana de oportunidad con las nuevas elecciones, donde los partidos saldrán a buscar los votos. De los diversos actores de la sociedad dependerá que este tiempo se convierta en una oportunidad para que, de una vez por todas, los partidos políticos abandonen la mezquindad, paren su vergonzoso show y se comprometan a hacer su trabajo: alcanzar acuerdos políticos para beneficio de la gente.

 Esta columna fue publicada originalmente el 20 de julio en el diario El Mundo de El Salvador.