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Para 2017: Un país más humano

El recuento de 2016 nos dejó más sombras que luces. A pesar de la estimación oficial que la economía habrá crecido 2.5%, los niveles de pobreza se han incrementado, la migración sigue en ascenso y la sangre continuó derramándose. Quizá una pequeña balsa fue el anuncio del incremento al salario mínimo para quienes realmente son los que generan la riqueza en nuestro país; no obstante, hay 200,000 compatriotas que se encuentran en situación de desempleo.

Este año, vimos cómo se empezó a destapar la cloaca de la corrupción, quedando evidenciado que hay quienes llegan al poder únicamente para convertirse en saqueadores de oportunidades. Además de ser mezquinos, pues no les importa que los impuestos en nuestro país afectan más a quienes menos tienen, roban ese dinero para saciar sus gustos inescrupulosos. Pero también en este año fue revelado como en El Salvador la injusticia está incrustada en el Estado, pues resulta que en nuestro país hasta el impuesto sobre la renta para las empresas es regresivo, reflejo de que vivimos en el reino de la cleptocracia y la plutocracia.

Además, en 2016, nos tocó vivir la crisis fiscal, causada por malas decisiones en el pasado, por no reconocer el error y por una clase política que sigue sin estar a la altura de los problemas que tenemos. La avaricia por sacar raja electoral cegó la oportunidad de empezar a construir un El Salvador diferente. Seguramente ese grupo privilegiado de políticos, aunque habló hasta la saciedad de la crisis fiscal, nunca la sintió en carne propia.

Pues al final, como siempre, los más afectados son las personas menos favorecidas. Esas personas que empezaron el año esperando la oportunidad de encontrar un trabajo decente, poder enviar a sus hijos a la escuela, salir a las calles sin el miedo de no saber si volverán al finalizar el día, vivir en un país en el que se tenga la oportunidad de construir un proyecto de vida digno. Pero resulta, que todo eso tendrá que seguir esperando un año más, porque hubo temas “más importantes” que resolver. La empatía de la clase política no existe y la de la sociedad sigue perdiéndose cada vez más.

Tuvimos que conformarnos un año más con continuar con un Estado de supervivencia, donde no existen recursos suficientes para tener un piso mínimo de bienestar para su población, donde se siguen sin cerrar las brechas de género, territoriales, pero sobre todo las brechas mentales que no permiten vernos como iguales.

Las proyecciones para el próximo año no parecen ser optimistas, la crisis de iliquidez continuará al iniciar el año y los vientos parecen orientarse a que nuestros gobernantes se decantarán por recetas fracasadas, basadas en anteponer las cifras a las personas, y que solo profundizan los problemas.

Pero, en Navidad y fin de año nos sentaremos a la mesa con personas que piensan diferente que nosotros, que les gustan estilos de música que nosotros no escuchamos, le van al rival de nuestro de equipo de fútbol, el estilo para vestirse es completamente opuesto al nuestro, afinidad ideológica contraria a la nuestra. Al verlo así, pareciera que no tenemos nada porque estar juntos, pero resulta que somos familia, nos llevamos bien, nos alegramos de estar juntos, nos reímos y hasta nos damos cuenta que los problemas no son tan grandes pues nos tenemos unos a otros.

Y eso, ojalá lo podamos escalar a toda la sociedad. Asimismo, debería servir de espejo para nuestra clase política, para que, en 2017, año preelectoral, estén a la altura y sean capaces - de una vez por todas- de construir acuerdos de Estado, y no se conviertan en un problema más con el que la población deba lidiar. El deseo para el nuevo año es que podamos reconocer que la unidad no se construye siendo uniformes, sino articulando nuestras diferencias y sobreponiendo el bienestar colectivo a los intereses particulares, para construir un país más humano.